domingo, 27 de abril de 2008


¿Qué cultura de la vida queremos construir?


El último comunicado del Tribunal Constitucional ha generado todo tipo de reacciones y declaraciones exageradas (como por ejemplo, de que se trataría del hecho más importante en la Historia de Chile) y no siempre bien fundamentadas. Mientras la oposición lo celebra como una verdadera victoria, en el gobierno rajan vestiduras y han movilizado a sus ministros y asesores jurídicos para revertir el fallo que será publicado en su integridad a finales de mes.
Sin embargo basta detenerse un segundo para darse cuenta que nadie tiene motivo de festejo. Evidentemente no lo tiene el Ejecutivo y tampoco lo tenemos quienes, como yo, creemos profundamente que ante la duda razonable existente en el campo médico, la píldora debe ser retirada del comercio y no sólo de los planes gubernamentales. En Chile podría estar atentándose contra la vida a diestra y siniestra y además esto sería ahora sólo un “privilegio” de los más acomodados.
¿Es el TC el culpable? ¿El contenido del comunicado es una aberración jurídica? En mi opinión, el tribunal actuó dentro de su competencia y sin excederse, al pronunciarse sobre lo versado en el requerimiento.
Si es necesario hallar un culpable, quisiera alejarme un poco de lo coyuntural para dar con lo que realmente me preocupa y donde creo que se radica la respuesta a las anteriores interrogantes: un doble estándar inaceptable entre parte de los que dicen ser los más fervorosos defensores de la vida.
En efecto, me gustaría mucho ver esa defensa ardiente en el ámbito privado, donde sabemos que se está comercializando hace mucho tiempo la pastilla. Sabemos todos también que los mencionados falsos paladines de la vida coinciden, en general, con el público o sector de la sociedad que puede y está adquiriendo la píldora en el mercado. En estas circunstancias el silencio de palabras y de acciones resulta no menos que inmoral.
Es curioso ver la vehemencia con que muchos se oponen a la PDD a la vez que son capaces de pagar sueldos de miseria a sus empleados, o atentar contra la dignidad del ser humano en sus múltiples vertientes. Curioso cuando se defiende la inviolabilidad de la vida del nasciturus pero se justifican regímenes donde se puede disponer la de algunos, torturando y eliminando al otro por pensar distinto. Debo confesar que a veces siento una sana envidia por el no nato.
Estar por la vida es estar por la vida digna, por la vida toda. Asegurar al que está por nacer que efectivamente lo haga es sólo un primer paso, imprescindible claro está, pero no suficiente.
La invitación es a crear una cultura de vida, pero basada en una defensa integral de ésta. Que en nuestro más cotidiano actuar, desde el sector público o privado, seamos promotores de la vida y de la dignidad del Hombre (y de todos los Hombres). Contribuyamos a crear un orden político, económico y sociocultural comprometido con los Derechos Humanos y reflejémoslo en la vida diaria.
Todos los que sentimos este compromiso por la vida-digna, y quienes como muchos hemos abrazado la fe, sabemos que se trata de algo mucho más allá de un principio de solidaridad o de exhortaciones románticas, sino de un verdadero deber.
Seamos pues verdaderos defensores de la vida, coherentes, del nasciturus, del natus y el moriturus.

José Ignacio Maritano
2° año

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